Las tres C de la competencia intercultural: CONCIENCIACIÓN, CURIOSIDAD Y CONOCIMIENTO
De la competencia intercultural se habla mucho hoy en día como una habilidad imprescindible para vivir y trabajar en el mundo global. Pero ¿qué es exactamente la competencia intercultural? Aunque tiene múltiples definiciones, de una manera sencilla podríamos decir que la competencia intercultural es la capacidad de entender el comportamiento, pero sobre todo los valores, las creencias y las actitudes de personas de otras culturas, tratando siempre de no juzgarlas (especialmente desde nuestra perspectiva cultural). Alguien competente interculturalmente tiene, en mayor o menor medida, conocimiento, motivación y habilidades para interactuar de manera efectiva y apropiada con miembros de diferentes culturas.
Existen tres C necesarias para desarrollar la competencia intercultural: concienciación, curiosidad y conocimiento
La primera C es la concienciación de la existencia de nuestra propia cultura y la de las otras, entendiendo que, más allá de las tradiciones, la gastronomía o los idiomas, se encuentran valores, creencias y comportamientos diferentes, no siempre visibles y que han sido trasmitidos durante generaciones. Lo cierto es que, aunque esto parezca evidente, no lo es, ya que normalmente no somos conscientes de nuestra propia cultura hasta que no aprendemos y experimentamos otras. De alguna manera, somos como el pez que no concibe ninguna otra forma de vivir que no sea en el agua porque nunca ha salido de ella. Muchas veces consideramos nuestros comportamientos o formas de pensar como “normales” o “aceptables”, ya que creemos que todo el mundo lo hace o cree así (o debería). Es decir, los entendemos como valores universales. También solemos atribuir a nuestra personalidad (y a la de los demás) cuestiones que son culturales y que nos han sido trasmitidas a través del entorno cultural.
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Milton Bennett (1986, 1993), en su modelo de Desarrollo de la Sensibilidad Intercultural, habla de una primera fase en el desarrollo de este tipo de competencia llamada de negación. En esta fase las personas afirmamos no tener problemas con otras culturas debido a que no hemos tenido apenas contacto con ellas. En otras palabras, no somos conscientes de las diferencias culturales y de las ventajas y los retos que suponen la diversidad cultural porque quizá hemos crecido y vivido siempre en un entorno muy homogéneo donde los comportamientos y valores de otras personas eran muy similares a los nuestros. Para alcanzar ese grado de concienciación necesitamos “salir del agua” y conocer otras culturas y visiones del mundo, tratando de entenderlas desde distintas perspectivas.
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La segunda «C» necesaria para desarrollar competencia intercultural es la curiosidad. Para llegar a ser competentes interculturalmente necesitamos también de una curiosidad genuina por conocer, comprender otras culturas y experimentarlas de primera mano. Necesitamos aceptar que las diferencias existen y que podemos aprender a vivir con ellas, aunque, en ocasiones, nos supongan un reto y un esfuerzo. No debemos tratar de minimizar las diferencias culturales ni hacer como que no existen por miedo a ofender o meter la pata. Es decir, debemos poder identificar y reconocer, no solo los comportamientos visibles de otros, sino los valores y las creencias que subyacen y que explican dichos comportamientos. Para ello, es importante desarrollar un interés auténtico por establecer contactos y fraguar amistades con personas que piensan y viven de manera distinta. La curiosidad está inevitablemente ligada a la apertura mental, esto es, a una actitud abierta y sin prejuicios hacia miembros de otros grupos con normas y valores diferentes (Van der Zee y Van Oudenhoven, 2001).
Si bien es cierto que la competencia intercultural se puede enseñar y aprender, es posiblemente la tercera «C», el conocimiento, la parte que seamos más capaces de trabajar. Se trata de un componente cognitivo relacionado con la noción de la cultura (tanto la propia como la ajena). Nos referimos con esto no solo a aquello que podamos aprender a través de libros, películas, fotografías y otras fuentes, sino a un conocimiento más experimental y profundo donde nos acerquemos a otras culturas (directamente o a través de terceras personas) y aprendamos sobre distintos patrones o dimensiones culturales, así como estilos de comunicación y cómo estos difieren o se asemejan a los nuestros.
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